Libertad e igualdad.

De Wikillerato

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Libertad e igualdad

Nos enfrentamos ante uno de los temas más importantes en política. Hemos dicho que el derecho surge como protector de las libertades individuales, que sin embargo a veces es necesario restringir en nombre de la libertad misma. Deseamos que los delincuentes paguen sus delitos privándoles de libertad física y haciéndoles cumplir condena en la cárcel para que el resto de los ciudadanos pueda disfrutar de sus libertades.

John Stuart Mill (1806 – 1873), representante de la corriente utiitarista contemporánea y defensor de la libertad e igualdad del sistema democrático en su libro Utilitarismo, afirma que “la libertad es necesaria para que la gente se desarrolle como individuo; da lugar a la espontaneidad, la originalidad y el crecimiento moral. Sin un mercado libre de ideas no podría descubrirse la verdad”.

No obstante, podemos preguntarnos hasta qué punto puede ser libre una persona sin empleo que malvive en un barrio pobre de la ciudad. No basta la libertad política sin la económica; es necesario que haya igualdad de oportunidades; y esta igualdad no puede ser real sin una redistribución económica.

El análisis de la libertad nos lleva a la igualdad de oportunidades y esta igualdad no se consigue sólo con la igualdad ante la ley; es necesaria la redistribución económica; la igualdad ante la ley y el sufragio universal por sí mismos no son suficientes.

Si la libertad no es un concepto absoluto, tampoco lo es el de igualdad Tratar a todas las personas por igual de forma absoluta, no es tratarlas con justicia; un bebé por ejemplo, no puede comer igual que una persona adulta, aunque ambos necesiten alimentarse.

Intentar alcanzar una igualdad total, puede llevarnos a interferir las libertades individuales de forma inadmisible, ya que no todo el mundo se esfuerza igual ni tiene las mismas capacidades.

Tanto en la economía como en otros campos es necesario un incentivo para poder progresar.

Un enfoque excesivamente individualista de la libertad, lleva a errores que perjudican a la colectividad. Podemos pensar sin ir más lejos, en la utilización de los vehículos privados en la ciudad; cada uno piensa que ir en su propio vehículo es más cómodo y rápido que el servicio público, metro o autobús. Al final lo que se consigue es el efecto contrario, la congestión de tráfico, un retraso en el tiempo, el aumento de la agresividad y el mal humor y el transporte público pierde eficacia.

Un exceso de interés privado puede llevarnos a la irracionalidad colectiva. Entre estos dos conceptos es necesario un equilibrio, fundado en la justicia distributiva o justicia social.