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El nominalismo de Occam

De Wikillerato

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Si antes decíamos que los universales no tienen una existencia real, aún cabe preguntarse: ¿Qué estoy diciendo, o a qué me estoy refiriendo cuando nombro un objeto, cuando utilizo un universal? La respuesta de Ockham es muy ingeniosa: el universal no tiene una existencia real, sino que es un signo de carácter lingüístico. La palabra es una señal que ocupa el lugar de la cosa. El lenguaje (y los universales) tienen una capacidad significativa, lo que quiere decir que una palabra es una herramienta capaz de sustituir a la cosa misma. Las palabras universales son signos lingüísticos de las cosas individuales, creados por un simple motivo de practicidad. Para no tener que “señalar” siempre la realidad física (lo que limitaría mucho nuestra capacidad expresiva), las palabras “señalan” las cosas, se convierten en signos o señales de las mismas. Esta capacidad de ocupar el lugar de las cosas, es lo que Ockham llama “suppositio”: podríamos decir que las palabras presuponen las cosas, las sustituyen, ocupan su lugar y por ello nos es más sencillo y útil manejar palabras que las cosas mismas. Ockham distinguirá 3 clases de términos:

Oral: es la palabra pronunciada, leída, proferida. Es la palabra dicha y lista para ser escuchada.

Escrito: es la palabra que aparece en un texto, bien sea dentro de una proposición o bien dentro de un texto más amplio.

Concebido: es la imagen mental de las realidades individuales. Su relación con la realidad es natural, es decir, son generados a partir de la semejanza que el entendimiento descubre de un modo intuitivo en las cosas particulares.

Los signos lingüísticos son los orales y los escritos. Pero hay una diferencia muy importante entre el signo lingüístico y el signo concebido: mientras que los signos concebidos (contenidos mentales) mantienen una relación natural con las cosas particulares, los signos orales y escritos son convencionales, es decir, mantienen una relación artificial no con la realidad directamente, sino con el signo concebido, que se origina naturalmente a partir de las cosas. Podemos esquematizar la propuesta de Ockham de esta manera:


Como consecuencia de este esquema, todos los seres humanos comparten una misma imagen de las cosas particulares (fundada en la semejanza entre las cosas, no en esencias o formas), y a esta imagen mental cada idioma le asocia, de un modo convencional, una palabra, un signo lingüístico compartido, que tiene la capacidad de ocupar el lugar de la cosa misma. La semejanza entre las cosas particulares no se puede cambiar de un modo arbitrario, puesto que viene condicionada por la relación de semejanza real que hay entre las cosas. Sin embargo, la convencionalidad del signo lingüístico implica que es una relación arbitraria y modificable. A lo largo de la historia de una lengua vemos cómo se van produciendo cambios para designar esta relación de semejanza, lo que confirma la convencionalidad y arbitrariedad del signo lingüístico. Lo que no podemos perder de vista es que los 2 tipos de signos (el mental y el lingüístico en su doble vertiente de oral y escrito) tienen la capacidad de suplantar la cosa designada. Ahí reside la capacidad significativa del objeto que se convierte en signo. Para explicar los distintos universales, Ockham distingue:

Universal natural: signo único que podemos predicar de muchas cosas, y que encuentra su fundamento en la relación de semejanza entre las cosas, o en una relación causal y regular de la naturaleza. No sólo es signo natural el mental, sino también la relación que se establece entre la risa y la alegría, el llanto y la tristeza o el humo y el fuego. La clave de esta clase de universales es la relación natural que se establece entre el signo y lo significado. Que esta relación sea natural entraña, por supuesto, que no sea modificable, ni dependa de la voluntad humana. Universal por convención: signo universal fijado de un modo arbitrario (voluntario y convencional) a partir del universal natural. Sólo la imagen mental o la asociación regular es un universal en sentido primario. El universal por convención lo es sólo de un modo indirecto o secundario, y su efectividad depende precisamente de la del universal natural. Para Ockham, por tanto, el universal es un signo lingüístico de carácter convencional, fundado en una relación establecida de un modo arbitrario entre una imagen mental y una palabra. No se puede admitir, en consecuencia, que los universales existan fuera de la mente, ni en la realidad misma, ni en un mundo separado. Eso sería multiplicar los entes sin necesidad. Fuera del pensamiento existe únicamente el singular, la realidad particular y concreta, a partir de la cual, estableciendo relaciones de semejanza, obtenemos imágenes naturales y universales, pues todo ser humano, independientemente del idioma que hable, tiene el mismo contenido mental cuando utiliza la palabra que en su lengua designa al perro, o al menos así piensa Ockham. Y a partir de esta imagen natural, establecemos relaciones convencionales con las palabras del lenguaje. De este universal convencional sólo la capacidad significativa es universal, pero no tiene ningún tipo de existencia real.

Resumiendo lo dicho hasta aquí, cabe definir los universales como intenciones del entendimiento, actos singulares (convencionales) por medio de los cuales nuestro entendimiento tiende a significar una pluralidad de entidades particulares, que son conocidas de un modo directo, inmediato e intuitivo, siendo el fundamento de estos actos singulares la semejanza que hay entre esta pluralidad de particulares. Ockham se refiere a los universales como “intenciones singulares del alma, aptas naturalmente para ser predicadas por muchos”. Otra de las definiciones que ofrece, interpreta el universal como “una realidad singular y que no es universal sino en la significación porque es signo de muchos”. El universal por tanto es: signo lingüístico, convencional y con capacidad significativa (“suponen” o suplantan la realidad). Son términos, palabras (nomine) no realidades existentes, ni conceptos mentales.

El nominalismo de Ockham no sólo representa una importante evolución en la filosofía medieval, sino que, como ocurre con otras de sus ideas, abre también espacio a que surjan nuevas formas de pensamiento que cristalizaran en la modernidad. La valoración de lo individual, su intento de eliminar la existencia de abstracciones (sean esencias o conceptos), y su agudo análisis del lenguaje, posibilitarán un estudio más empírico, más preocupado por lo individual y lo cercano que por las lejanas abstracciones de la filosofía escolástica. El nominalismo de Ockham supone la vuelta empírica a la realidad, que debe ser estudiada de un modo directo, tratando de evitar en todo momento abstracciones o universalizaciones que vayan más lejos de lo que la realidad permite.

En el nominalismo aparece además otra de las ideas centrales en el pensamiento de Ockham: el voluntarismo. Hay que destacar que la validez de los universales descansa sobre la voluntad del ser humano. Es el hombre el que, a través del lenguaje, se pone de acuerdo voluntariamente en asignar cada palabra a cada cosa. El hombre es voluntad capaz de crear significados, de la misma forma que Dios es voluntad capaz de crear realidades, seres particulares y contingentes y absolutamente distintos a los demás. Además de en el terreno teológico y metafísico (o lingüístico) el voluntarismo de Ockham se deja sentir también en la ética, tal y como vamos a ver a continuación

   
 
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