La Revolución Francesa y el Imperio napoleónico
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La Revolución Francesa (1789—1799) es uno de los más grandes y decisivos acontecimientos de la Historia e inicio de la época Contemporánea. Tiene una importancia fundamental, ya que al sustituir el antiguo orden —Antiguo Régimen— por un orden nuevo liberal abrió paso al mundo moderno.
Los historiadores no han dejado de debatir sobre sus orígenes, duración, etapas, protagonistas, consecuencias y significado. El debate se ha reavivado y enriquecido con ocasión del bicentenario de la Revolución de 1789.
La Revolución Francesa ha sido considerada tradicionalmente como el modelo de revolución burguesa, en la que la burguesía desplazaba a la aristocracia del poder. Godechot y Palmer defienden que es la más importante de las llamadas revoluciones atlánticas, que transcurrieron entre 1770 y 1779 en Europa y América. Para la historiografía marxista —Lefebvre, Soboul— fue una lucha de clases, siendo la dictadura jacobina el punto culminante de la revolución. Furet sostiene que no puede hablarse de enfrentamiento de clases ya que no había una, sino varias burguesías en la Francia de 1789, con intereses opuestos respecto al papel de la monarquía. Mantiene que no hubo una sino tres revoluciones.
Se han reabierto los debates acerca del origen y alcance del Terror. También hoy interesan más las experiencias individuales de la gente corriente y se ha profundizado en los estudios sobre la revolución en el entorno rural.
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Las causas de la revolución
Las causas son complejas y variadas, ya que intervinieron factores políticos, económicos, sociales e ideológicos. Francia, en la que desde 1774 gobernaba de forma absoluta y por derecho divino Luis XVI, se hallaba sumida en una profunda crisis en la década de 1780.
La sociedad francesa prerrevolucionaria era estamental. La nobleza y el clero eran los estamentos privilegiados; apenas suponían el 1% de la población, pero detentaban el poder político y social y estaban apegados a sus derechos señoriales y exentos del pago de impuestos. El Tercer Estado aglutinaba a la mayoría de la población (el 99%). Dentro de él, había grandes diferencias de estatus y riqueza. La burguesía, enriquecida por el desarrollo del capitalismo en la industria y en el comercio, trataba de comprar cargos y títulos nobiliarios pues les aportaban riqueza. Aunque no tuviera aún conciencia de clase, la burguesía rechazaba la sociedad tradicional, los privilegios y el absolutismo y aspiraba a intervenir en el gobierno de la nación, alentada por las ideas ilustradas y el ejemplo de la Guerra de la Independencia americana.
Era una sociedad esencialmente rural. Los campesinos suponían el 80% de la población y estaban agobiados por los excesivos impuestos que pagaban al rey —la talla, la gabela— los derechos feudales al señor —rentas y las odiosas corveas— y el diezmo a la Iglesia. Las crisis económicas eran constantes desde 1763, motivadas por las continuas y largas guerras y la mala administración, pero la crisis de 1788 agravó la situación: las malas cosechas trajeron escasez de alimentos y hambre, así como el descenso generalizado de los precios agrícolas que la nobleza terrateniente intentó compensar aumentando los tributos, lo que generó disturbios y protestas de los campesinos. Los artesanos y obreros de las ciudades se habían empobrecido también a causa de la crisis económica, que trajo consigo hambre, paro y frecuentes motines de subsistencia.
El descontento era general. A ello hay que sumar las críticas que los pensadores de la Ilustración —Montesquieu, Voltaire, Rousseau y los enciclopedistas— hacían al absolutismo real y al gobierno que se mostraba incapaz para hacer frente a los problemas de Estado. También criticaban a la Iglesia.
Pero la causa fundamental para el estallido de la Revolución fue la crisis financiera. Desde 1783 las finanzas se hallaban en una situación crítica debido a los enormes gastos de la Corte, los costes de la guerra de los Siete Años y al pago de los intereses de la enorme deuda por los préstamos a los colonos durante la guerra de la Independencia de Estados Unidos (1775—1783).
La monarquía francesa se vio obligada a tratar de reducir la inmunidad de la nobleza en lo relativo a los impuestos para sanear la Hacienda y hacer frente a la crisis. Pero la hostilidad de la nobleza y el clero ante la reforma fiscal y social hizo fracasar los sucesivos intentos de los ministros reales (Turgot, Necker, Calonne y Brienne) para eliminar los privilegios fiscales y racionalizar el sistema de tributos. Luis XVI se mostró indeciso e incapaz ante la situación.
La Revuelta de los Privilegiados (1787—1789)
La Revolución Francesa se inició con una Revuelta de los privilegiados. Calonne había tratado de convencer a una Asamblea de Notables reunidos en Versalles en febrero de 1787, de que aceptasen un impuesto territorial universal, la reducción de la talla y la gabela y la abolición de las aduanas interiores, pero rechazaron estas medidas. Su sucesor, Brienne, lo intentó de nuevo pero los notables respondieron que solamente una asamblea de representantes de los tres órdenes podría aprobar tal reforma y reclamaron una reunión de los Estados Generales, un cuerpo consultivo que reunía a los representantes de los tres estamentos y se había reunido por última vez en 1614. Brienne se dirigió al Parlamento de París, el más importante y controlado por la nobleza, que rechazó también el subsidio territorial y pidió la reunión de los Estados Generales. El gobierno quiso suprimir los Parlamentos, pero se resistieron. En julio de 1788 Luis XVI decidió convocar los Estados Generales para mayo de 1789. Brienne fue reemplazado por Necker.
Los electores de los diversos estamentos se apresuraron a designar a sus diputados. Los del Tercer Estado prefirieron elegir como representantes a los burgueses. Se comenzaron a redactar unos Cuadernos de Quejas (cahiers de doléances) en los que los franceses expresaban sus reivindicaciones. Todos coincidían en manifestar su lealtad al rey. Los del clero y la nobleza se mostraban defensores de los privilegios. Los del Tercer Estado expresaban, más que la opinión de los campesinos y artesanos, la opinión de la burguesía que solicitaba un cambio politico. Los campesinos se quejaban de las cargas materiales y los tributos señoriales que soportaban. Son una fuente incomparable para los historiadores.
Gracias a la suspensión de la censura en la prensa, se distribuyeron numerosos panfletos, el más difundido fue el del abate Sieyès titulado ¿Qué es el Tercer Estado? que afirmaba que el estado llano era la nación. También hubo debates y discusiones sobre si los tres órdenes debían reunirse por separado, como deseaban los estamentos privilegiados, o en una cámara común, como quería el Tercer Estado.
Luis XVI vacilaba. Al final aceptó duplicar el número de representantes del tercer estado, pero no se pronunció sobre la forma de efectuar las votaciones.
Etapa moderada y de monarquía constitucional (1789—1792)
La reunión de los Estados Generales
El 5 de mayo de 1789 se reunieron en Versalles los Estados Generales, compuestos por 270 diputados de la nobleza, 291 del clero y 578 del Tercer Estado. Los diputados del Tercer Estado reclamaron el voto por cabeza e invitaron a los otros estamentos a que se les unieran. Sólo lo hicieron algunos miembros del bajo clero.
El 17 de junio, a propuesta de Sieyès, los diputados decidieron constituirse en Asamblea Nacional. La mayor parte del clero y 80 nobles se unieron al Tercer Estado. Luis XVI ordena cerrar la sala de reuniones y los diputados indignados se reunirán entonces en la Sala del Juego de Pelota. Dirigidos por Mirabeau juraron no separarse hasta que hubiesen elaborado una Constitución a Francia. Era una auténtica revolución jurídica, que significaba el triunfo del principio de soberanía nacional y el fin de la monarquía absoluta.
La Asamblea Nacional Constituyente (1789— 1791)
El 9 de julio, la nueva Asamblea se transformó en constituyente al decidir preparar una Constitución. Luis XVI, mal aconsejado por la reina Maria Antonieta y otros miembros de su Corte, no quiso aceptar esta revolución pacífica. Destituyó a Necker y concentró tropas cerca de París, que se sublevó, iniciando la revolución violenta.
Los parisinos, en busca de armas, asaltaron el 14 de julio la Bastilla, una fortaleza y prisión, que era símbolo del absolutismo. Se formó un Ayuntamiento revolucionario y una Guardia Nacional, dirigida por La Fayette. Surgió la escarapela tricolor (azul, blanca y roja) que pasó a ser la bandera nacional. El rey cedió a retirar las tropas y volvió a llamar a Necker. Acudió a París en medio del entusiasmo popular aceptando el nuevo poder municipal. Otras ciudades siguieron el ejemplo de París.
Mientras tanto tuvo lugar la revolución campesina. El miedo se extendió ante los rumores de una conspiración de aristócratas y se desencadenó la Grande Peur —el Gran Miedo—, que provocó desórdenes y disturbios por todo el país con el asalto de los campesinos a los castillos, la quema de archivos y la muerte de nobles.
La Asamblea Nacional, inquieta ante estos hechos, decidió la noche del 4 de agosto decretar la abolición del régimen feudal, aunque se otorgaban compensaciones a la nobleza propietaria, y se suprimió el diezmo. En otras leyes se prohibía la venta de cargos públicos y la exención tributaria de los estamentos privilegiados.
Posteriormente, el 26 de agosto de 1789, la Asamblea aprobó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Es un documento fundamental cuyos principales inspiradores fueron Mirabeau y Sieyés. Este breve texto —constaba de un preámbulo y diecisiete artículos— proclamaba que los hombres son libres e iguales y que tienen todos los mismos derechos «naturales e imprescriptibles»: la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión; afirmaba la idea de que el poder está en la Nación — Soberanía Nacional— y que la ley es la expresión de la voluntad popular; defendía la separación de poderes; proclamaba las libertades de opinión y expresión; establecía la igualdad judicial y la igualdad fiscal. Este texto constituye el primer documento del liberalismo político. La Asamblea formuló también los tres principios de la Revolución: «Liberté, Égalité, Fraternité»(«Libertad, Igualdad, Fraternidad»).
Luis XVI se negó a sancionar la Declaración y los decretos aprobados el 4 de agosto. Estalló una nueva revuelta popular atizada por la escasez de alimentos y la carestía. El 5 de octubre, una manifestación de mujeres fue a Versalles y obligó al rey a sancionar estos decretos y a trasladarse a París con su familia.
La Asamblea Nacional habia heredado el problema financiero de la monarquia y para solucionarlo procedió a nacionalizar los bienes de la Iglesia; a cambio el Estado se comprometía a sostener el culto y el clero. Estos bienes sirvieron para respaldar la emisión de papel moneda, los asignados, que pronto empezaron a depreciarse. Las tierras nacionalizadas fueron subastadas en grandes lotes. La Asamblea quería facilitar a los campesinos el acceso a la propiedad de estas tierras, pero como no tenían dinero, fueron los campesinos adinerados, la burguesía y la nobleza los que se beneficiaron de la venta de los bienes nacionales.
La Asamblea también emprendió la reforma de la Iglesia. En febrero de 1790 suprimió las órdenes religiosas excepto las dedicadas a enseñanza y hospitales. El 12 de julio aprobó la Constitución civil del clero, que permitía la separación de Iglesia y Estado. Los obispos y los curas serían elegidos como los demás funcionarios. Se exigió al clero el juramento de fidelidad al rey, a la nación y a la Constitución. Esto provocó la división de los clérigos, entre juramentados y refractarios, y una profunda fractura en la sociedad.
En junio de 1791 la familia real huyó de París para reunirse con el ejército absolutista en Austria pero fueron arrestados en Varennes y devueltos a París. Su doblez y traición desprestigió a la monarquía.
La Asamblea aprobó la Constitución de 1791 que definía una Monarquía Constitucional como sistema político y consagraba el principio de la soberanía nacional. Establecía la división de poderes: el rey tenía el poder ejecutivo, nombraba y destituía a sus ministros, se le reconocía derecho al veto suspensivo durante cuatro años para la aplicación de un decreto votado por la Asamblea, El poder legislativo residía en una cámara única —la Asamblea Legislativa— elegida cada dos años por ciudadanos mayores de 25 años que pagasen un impuesto directo equivalente como mínimo a tres días de jornal (ciudadanos activos). Era el llamado sufragio censitario. Los ciudadanos pasivos y las mujeres fueron excluidos. El poder judicial residía en los jueces, siendo el Tribunal Supremo la institución más alta.
La obra legislativa de la Asamblea Constituyente se completó con una reforma administrativa que uniformizó los gobiernos locales en todo el país, y con una legislación económica basada en el liberalismo económico: libertad de propiedad, de comercio, de producción y de trabajo. Los gremios fueron abolidos y la ley Le Chapelier (1791) impuso un libre mercado del trabajo pero prohibía las asociaciones de trabajadores. La liberalización de la economía provocó la hostilidad de las clases populares, tanto en el campo como en la ciudad.
A la vez se iban perfilando los distintos grupos políticos de los diputados en la Asamblea. Por una parte estaban los aristócratas conservadores o negros, defensores de las prerrogativas reales y del antiguo orden, que eran pocos y se sentaban a la derecha en la cámara. Por otra estaban los patriotas, que defendían la limitación del poder real, aunque existían diferencias entre ellos: la gran mayoría eran los monárquicos moderados o constitucionales, como La Fayette o Talleyrand, que eran nobles liberales, si bien la mayoría eran burgueses. Los patriotas más radicales, como Barnave y Robespierre, se sentaban a la izquierda. Eran miembros del famoso Club de los Jacobinos que se reunía en el convento de la calle Saint Honoré de París. Otro destacado fue el Club de los Cordeleros, dirigido por Danton. Al margen de estos grupos de la Asamblea se hallaban, el petit peuple o la canalla y los contrarrevolucionarios en el exilio.
La Asamblea Legislativa (1791—1792)
La Asamblea, elegida por sufragio censitario, comenzó sus sesiones en octubre de 1791. Estaba compuesta por 745 diputados jóvenes, divididos en monárquicos constitucionales (264), a la derecha, y una izquierda de tendencia republicana (136), compuesta mayoritariamente por moderados girondinos, como Brissot, frente a los extremistas jacobinos. El centro era «La Llanura» (345 diputados), grupo sin una orientación política definida y que oscilaban a uno u otro lado según les convenía.
Luis XVI ejerció su derecho a veto sobre dos decretos de la Asamblea contra los curas refractarios y los emigrados, provocando así una crisis parlamentaria que llevó al poder a los girondinos. Éstos querían declarar la guerra a Austria y Prusia, que ayudaban a los emigrados contrarrevolucionarios por temor a un contagio revolucionario, y exportar los principios de la revolución. Por el contrario, los jacobinos se oponían a la guerra porque creían que antes de propagar la revolución había que liquidar la contrarrevolución en el interior de Francia. Luis XVI anhelaba la guerra porque pensaba que la ayuda de los soberanos de otros países le permitiría restablecer su poder.
En abril de 1792 la Asamblea Legislativa declaró la guerra a Austria y Prusia. La guerra cambio el sentido de la Revolución. Para el historiador Godechot significó «una segunda revolución». Miles de entusiastas ciudadanos voluntarios se apuntaron a combatir para defender a la patria. Las derrotas iniciales sufridas por el ejército francés, desorganizado y sin disciplina, se interpretaron como debidas a un complot de la Corte y los sacerdotes refractarios para acabar con la Revolución con la ayuda de las potencias extranjeras.
El miedo se extendió entre las clases populares que hicieron manifestaciones y protestas. Los más activos eran los sans-culottes —una amalgama de artesanos, tenderos, pequeños industriales y peones—, que fueron agitados por los jacobinos. El duque de Brunswick, jefe del ejército prusiano, hizo público un manifiesto en el que amenazaba a los parisinos con una venganza ejemplar si se hacía daño al rey. El manifiesto incendió los ánimos, convenció al pueblo de que el rey era cómplice de las derrotas militares y fue el detonante para una nueva insurrección popular.
Los sans-culottes destituyeron al Ayuntamiento de París, formaron una Comuna y asaltaron el palacio de las Tullerías el 10 de agosto de 1792. Luis XVI, que se había refugiado en la Asamblea con su familia, fue destituido y encarcelado. Bajo la presión popular, la Asamblea será sustituida por una Convención Nacional. La jornada del 10 de agosto de 1792 fue un momento decisivo en el desarrollo de la Revolución Francesa y marcó el inicio de una nueva fase más democrática y popular.
La situación militar era desesperada. La fortaleza de Verdun cayó en manos del ejército prusiano el 2 de septiembre lo que dio lugar a una oleada de temor y pánico popular y el gobierno provisional pidió voluntarios para ir al frente. Corrió el rumor de un complot de los contrarrevolucionarios encerrados en las prisiones y más de 1200 sospechosos fueron asesinados por las turbas en Paris. Las Masacres de Septiembre ensangrentaron también Reims, Lyon y otras ciudades. La Revolución se radicalizaba.
El 20 de septiembre, el general Dumouriez, al frente del ejército francés, consigue la primera victoria sobre los prusianos en Valmy. En ese momento se estaba instalando en París la Convención Nacional.
La Convención (1792—1795)
La Convención significó la llegada al poder de la burguesía democrática. La Convención Nacional estaba formada por 749 diputados elegidos por sufragio universal masculino. La inmensa mayoría eran burgueses —sólo había dos obreros—y defendían el liberalismo económico y la propiedad privada. Estaban divididos en tres grupos: a la derecha, los girondinos (160) representaban a la alta burguesía comercial e industrial de Burdeos, capital de la Gironda, y otros puertos; eran partidarios de la descentralización y del federalismo y deseaban detener la Revolución. A la izquierda, los diputados jacobinos de «La Montaña» (140), procedentes de la burguesía media y baja, más radicales, cuyos principales dirigentes eran Robespierre, Danton y Marat, buscaban aliarse con los sans-culottes para resistir la invasión extranjera y hacer triunfar los principios de la Revolución. «La Llanura» era el grupo de centro, integrado por burgueses y republicanos moderados no comprometidos.
La Convención pasó por tres etapas que corresponden al predominio de cada uno de los grupos citados.
La Convención girondina (1792— junio de 1793)
La primera medida de la Convención será la abolición de la Monarquía y la proclamación de la República el 22 de septiembre. La gran cuestión fue el juicio al rey. Los girondinos querían sólo encarcelarlo, pero se impusieron los jacobinos que deseaban su muerte por traidor. Finalmente, por un voto de diferencia, Luis XVI fue condenado a muerte y ejecutado en el cadalso el 21 de enero de 1793. Este acto supuso la ruptura definitiva entre la Francia revolucionaria y la Europa monárquica.
El peligro que suponía la política expansionista de los girondinos que, gracias a nuevos éxitos militares, habían ocupado Bélgica, Holanda, Renania y Saboya y declaraban su deseo de llevar a Francia a sus «fronteras naturales», alarmó a las potencias europeas y extendió la guerra. Se formó una Primera Coalición (Inglaterra, Austria, Prusia, Piamonte— Cerdeña y España). Una serie de derrotas sufridas por el ejército francés, compuesto por batallones de entusiastas pero poco preparados voluntarios, provocaron la penetración en Francia de tropas extranjeras. Para hacer frente a la apurada situación militar, la Convención realizó una leva de 300.000 hombres que fue muy impopular surgiendo disturbios.
En marzo de 1793 se produjo una insurrección armada en la región de La Vendée, en Bretaña, donde los campesinos estaban decepcionados con la Revolución que no les había aportado ningún beneficio. Derivó hacia una guerra civil de carácter contrarrevolucionario al ser respaldados por la nobleza y el clero refractario. Hubo muchos muertos por ambos bandos.
En París los sans-culottes, agobiados por la carestía y alza de precios, reclamaban tasas de alimentos y medidas contra los especuladores. Los graves problemas interiores y exteriores inclinaron a la Llanura hacia los jacobinos. Los girondinos fueron desplazados del poder en junio de 1793 y sus líderes detenidos y ejecutados.
La Convención jacobina (junio 1793—1794)
Los jacobinos dirigieron la etapa más radical de la Revolución Francesa. Se apoyaron en el movimiento popular de los sans-culottes tratando de poner en práctica sus reivindicaciones económicas y sociales. La Convención jacobina aprobó una nueva Constitución (junio de 1793) muy democrática avanzada socialmente. Establecía la soberanía popular. El poder se confiaba a una Asamblea elegida por sufragio universal masculino directo y a un Consejo elegido. Reconocía derechos sociales como la atención a los indigentes y contemplaba el derecho al trabajo y a la instrucción. Nunca llegó a entrar en vigor, ya que su aplicación quedó pospuesta hasta el fin de la guerra exterior.
Los jacobinos adoptaron medidas excepcionales para salvar al país de los enemigos de la Revolución y de la amenaza militar del exterior. Se estableció un gobierno revolucionario muy centralizado y confiado a dos comités:
- Comité de Salud Pública, presidido por Robespierre, cuyos seis miembros siguen sus decisiones.
- Comité de Seguridad General, encargado de aplicar las medidas contra los sospechosos y de la policía política.
Estos dos Comités dirigieron Francia de forma dictatorial. En los departamentos actuaban los «representantes en misión», delegados por el Comité de Salud Pública.
Proclamaron el Terror, un sistema represivo institucionalizado. La Ley de Sospechosos ordenaba el arresto inmediato de los enemigos de la revolución. En todos los ayuntamientos se crearon comités de vigilancia elegidos. Los sospechosos acusados eran juzgados por un Tribunal Revolucionario que aplicaba una justicia expeditiva. Muchos fueron arrestados y juzgados sólo por ser nobles, clérigos o burgueses, aunque también hubo muchos obreros. Hubo miles de víctimas del Terror y muchas muertes fueron innecesarias. La guillotina se convirtió en símbolo de la violencia revolucionaria.
Los jacobinos aplastaron toda oposición, tanto de realistas como de girondinos. Acabaron con las insurrecciones federalistas en diferentes ciudades de Francia y aplastaron el movimiento de la Vendée, donde se llevó a cabo una terrible represión.
Para contentar y aplacar a los sans-culottes, radicalizados tras el asesinato de Marat por una girondina y en la cima de su poder en las calles, impulsaron reformas sociales y económicas (precio máximo de los artículos de primera necesidad y de los salarios, persecución de los especuladores, redención total de la tierra, educación primaria gratuita).
En religión, tomaron medidas de descristianización, cerrando iglesias y suprimiendo el culto católico, lo que disgustó a muchos franceses. Para reemplazar al cristianismo se organizó el culto a la libertad y a la diosa Razón y Robespierre decretó el «culto al Ser Supremo», una religión de carácter deísta que no gustó a nadie. Incluso se instauró un nuevo calendario de doce meses que sustituía las festividades religiosas por nombres inspirados en la naturaleza, estaciones del año o actividades agrícolas.
Para enfrentar el desafío de la guerra se llevó a cabo una extraordinaria movilización de los recursos de la nación con una leva en masa de miles de hombres y se modificó la organización del ejército. Los veteranos fueron amalgamados en unidades con los novatos; se estableció una dura disciplina y sacrificio entre los soldados dirigidos por nuevos oficiales con tácticas nuevas. Con este ejército los jacobinos consiguieron una serie de victorias.
A finales de 1793 se detuvo la invasión extranjera, lo que para muchos significaba que el Terror era ya innecesario.
Surgieron disensiones entre los jacobinos. Moderados como Danton querían acabar con el Terror. Hébert, líder de los sans-culottes, quería medidas más radicales. En el centro, Robespierre consiguió deshacerse de sus enemigos con habilidad y establecer una dictadura personal. Hébert y otros radicales fueron guillotinados, lo mismo que Danton y otros moderados en abril de 1794.
En junio de 1794, el ejército francés derrotó a los austriacos en Fleurus, con lo que desapareció definitivamente el temor a una invasión. La escalada del Terror era ya inexplicable y se hizo insoportable para muchos. El miedo hizo aumentar la oposición interna a Robespierre. El 9 de Termidor (27 de julio) jacobinos moderados y miembros de la Llanura se unieron en un golpe contra Robespierre, que fue detenido y ejecutado en la guillotina el 10 de Termidor con 22 partidarios. Al día siguiente, 83 robespierristas siguieron la misma suerte.
Convención termidoriana (1794—1795)
La reacción termidoriana significó un giro a la derecha y el fin de la experiencia democrática de la Revolución. La burguesia moderada, representada por los diputados de La Llanura, se hizo con el poder, cansada del Terror y los excesos y llevó a cabo una politica conservadora.
La Convención adoptó una serie de medidas para acabar con el Terror: liberación de los sospechosos, cambios en los comités y tribunales, supresión de la Comuna. En economía se regresó al liberalismo económico, derogando la ley del máximo y se restableció la libre circulación de mercancías. El asignado se depreció a causa de una inflación galopante y el hambre y la miseria llevaron a una insurrección popular que fue sometida por el ejército. Comenzarán persecuciones y matanzas de jacobinos y sans-culottes: es el Terror, que alcanzó gran violencia en provincias.
Aprobaron una nueva Constitución en 1795 —conocida como Constitución del año III—. Se suprimía el sufragio universal masculino y se volvía al voto censitario. El poder legislativo se dividió en dos asambleas: el Consejo de los Quinientos y el Consejo de Ancianos. El poder ejecutivo se confiaba a un Directorio de cinco miembros.
El Directorio (1795— 1799)
El nuevo régimen era una República conservadora, que restringía la participación política a la burguesía adinerada que buscaba el orden y la contención del radicalismo popular a la vez que la garantía de los logros revolucionarios. El régimen excluía a la gran masa popular, por lo que fue muy impopular e inestable. Ante el peligro de un retorno de la reacción o de un rebrote del terror, el Directorio se vio obligado a recurrir a una dura represión de la oposición y al uso de la fuerza militar. El apoyo del ejército se convirtió en algo decisivo para defenderse a la vez de los ataques tanto de la izquierda jacobina y la Conjura de los Iguales de Babeuf, quien intentó establecer una sociedad comunista, como de la derecha monárquica que empezaba a resurgir (levantamientos realistas y nueva insurrección de la Vendée).
La guerra en Europa seguía con éxito para Francia. En las campañas de Italia contra los austríacos empezó a destacar un joven general, Napoleón Bonaparte, que ya se había distinguido en el cerco de Tolón, firmó el Tratado de Campoformio (1797) con Austria. Francia se rodeó de repúblicas hermanas (Helvética, Bátava, Ligur, Cisalpina, Romana). Napoleón dirigió una campaña en Egipto para cortar la ruta inglesa hacia la India, que resultó desastrosa pero le dio enorme popularidad. La creación de una Segunda Coalición (1798) entre Inglaterra, Austria y Rusia, hizo peligrar la estabilidad del Directorio.
El descontento popular por la caída del asignado y la subida de precios así como por la recluta forzosa para proseguir la guerra en el exterior aumentaba la inestabilidad del gobierno, amenazado tambien por los realistas. El destino de la República estaba en manos del ejército. Sieyès, junto a Fouché y Talleyrand, preparó un golpe de Estado a favor de Napoleón Bonaparte. Fue el golpe del 18 de Brumario — 9 de noviembre— de 1799, que daría paso a la Era Napoleónica. Con él se cierra el ciclo revolucionario iniciado en 1789.
El Consultado y el Imperio Napoleónico (1799— 1815)
El Consulado (1799—1804)
Respondía a las aspiraciones de la alta burguesía que buscaba estabilidad con el apoyo del ejército. Los franceses, hartos de terror y revolución, querían un hombre fuerte y competente que trajera orden en el interior y paz en el exterior. Napoleón tranquilizó a los notables prometiéndoles restablecer el orden en Francia, respetar la propiedad, institucionalizar los logros revolucionarios y traer la paz en el exterior.
La Constitución del año VIII (1799) establecía un poder legislativo débil, dividido en cuatro asambleas, y dejaba el poder ejecutivo en manos de tres Cónsules (Sieyés, Ducros y Napoleón Bonaparte), nombrados por un periodo de diez años, pero renovables indefinidamente. Este último, nombrado Primer Cónsul, concentró todos los poderes: nombraba ministros y funcionarios, tenía el derecho de iniciativa en las leyes y no era responsable ante las asambleas. Se mantuvo el sufragio universal, pero en la práctica sólo tenían derecho al voto los ciudadanos incluidos en unas listas previas.
Napoleón llevó a cabo la pacificación interior de Francia. Concedió una amnistía a los realistas emigrados y deportó a los líderes jacobinos. Otra de las cuestiones fundamentales que había que regular era la cuestión religiosa. En 1801 firmó un Concordato con el papa Pío VII, por el que la religión católica fue declarada mayoritaria, aunque no era la religión del Estado, que se comprometía a sostener el culto y a los sacerdotes; a cambio el Papa aceptó las nacionalizaciones de los bienes del clero.
Llevó a cabo también una nueva organización de Francia. Realizó una fuerte centralización administrativa, con departamentos asistidos por un prefecto. Reorganizó el sistema financiero, creó el franco y el Banco de Francia, Emprendió también la reforma educativa con la creación de los liceos de enseñanza secundaria. La reforma judicial unificó las leyes mediante el Código Napoleónico (1804) que consagró lo fundamental del espíritu revolucionario en función de los intereses de la burguesía (libertad económica y personal, igualdad ante la ley, carácter sagrado de la propiedad) a la vez que restauró el concepto romano de la familia.
Todas estas reformas emprendidas por Napoleón durante el Consulado contribuyeron a restablecer el orden y modernizar a Francia. Dotado de extraordinaria memoria y enorme capacidad de trabajo, Napoleón se mostró un hábil gobernante.
En política exterior Napoleón venció a la Segunda Coalición; primero derrotó a Austria en Italia (Marengo, 1800) y firmó el Tratado de Luneville (1801) por el que toda Italia, excepto Venecia, quedó en manos de Francia; después con Inglaterra selló la Paz de Amiens (1802). Aprovechando el entusiasmo popular por la paz tras tantos años de guerra se hizo nombrar cónsul vitalicio mediante un plebiscito.
La paz de Amiens duró muy poco, ya que en 1803 se reanudó la guerra con Gran Bretaña, su principal enemiga. El comercio y las manufacturas inglesas sufrían por la negativa francesa a abrir sus mercados y por la política de expansión colonial de Napoleón y sus conquistas continentales que rompían el sistema de equilibrio en Europa.
La guerra justificó el reforzamiento del poder de Napoleón. Tras el descubrimiento de una conspiración urdida para asesinarlo, se nombró Emperador por decreto en 1804 con el respaldo de un plebiscito, iniciándose el Imperio.
El Imperio Napoleónico (1804—1815)
La coronación tuvo lugar en París, ante el Papa Pío VII, en una solemne ceremonia en Notre-Dame, el 2 de diciembre de 1804, que el pintor David inmortalizó en un lienzo. Se rodeó de una corte de familiares y una nueva nobleza imperial.
Una nueva Constitución del año XII confirmaba las atribuciones de Napoleón que concentraba los tres poderes, controlando la situación interior gracias a una fuerte censura interna y una policía todopoderosa en manos de Fouché.
Francia vivió durante el Imperio una etapa de expansión económica, iniciándose la industrialización, si bien las continuas guerras frenaban el comercio marítimo y colonial.
Napoleón configuró un nuevo mapa europeo y construyó un Gran Imperio que se extendía por casi toda Europa. Su organización era muy compleja. Francia estaba rodeada por un cinturón de «Estados vasallos», como el reino de Italia, del que Napoleón era rey, el Gran Ducado de Varsovia, la Confederación Helvética y la Iliria, y de Estados gobernados por familiares del emperador (los reinos de Holanda, Nápoles, Westfalia y España) que hacían de tapón frente a las potencias continentales hostiles. También había «Estados aliados» como Dinamarca, Suecia, Prusia y Austria, vencidos en las guerras, Solo Rusia, por su lejanía y la amistad del zar Alejandro I con Napoleón, conservaba cierta libertad. El Imperio, sostenido por la presencia militar francesa, sirvió para extender por Europa las ideas nacidas de la Revolución Francesa.
Napoleón había conseguido este Imperio en sucesivas campañas militares, en que su gran talento militar logró grandes victorias en las guerras de coalición gracias a un ejército disciplinado y muy ligero al avituallarse sobre el terreno, en el que el servicio militar era obligatorio y realizando tácticas nuevas con maniobras envolventes y ataques frontales.
La posición hegemónica de Francia será contestada por algunas naciones que formaran diversas coaliciones contra Francia. En 1805 la Tercera Coalición, liderada por Gran Bretaña junto a Austria y Suecia, consiguió que el almirante Nelson derrotara en Trafalgar a la armada franco-española, poniendo de manifiesto la superioridad inglesa en los mares pero en el continente los ejércitos franceses dirigidos por el mariscal Soult vencieron a los austriacos en Ulm y Austerlitz. Napoleón en 1806 colocó a sus hermanos Luis y José como reyes de Holanda y Nápoles y creó la Confederación del Rhin.
Una Cuarta Coalición, integrada por Inglaterra, Rusia y Prusia, se formó en 1806 contra Francia. Napoleón derrotó a Prusia en Jena, dando a su hermano Jerónimo el trono de Westfalia. Rusia fue vencida en Eylau. El zar Alejandro, al verse aislado, firmó la Paz de Tilsit (1807) en la que se llevó a cabo un reparto de las zonas de influencia en Europa de los dos emperadores y proporcionó a Napoleón el dominio de la Europa central y occidental.
Esto llevó directamente al enfrentamiento con Inglaterra, a la que Napoleón trató de someter mediante un Bloqueo Continental económico, dada la imposibilidad de conseguir su derrota por las armas debido a su dominio en el mar. Se prohibían en el continente todas las mercancías de procedencia inglesa. Sin duda, el bloqueo continental, que era en realidad una guerra comercial mutua entre Francia y Gran Bretaña, iba a perjudicar más a aquella nación y a su imperio terrestre que a ésta, ya que Inglaterra tenía una mayor capacidad de movimientos, no sólo para controlar lo que entraba y lo que salía de Europa, sino para abrir nuevos mercados. Además el contrabando restaba eficacia a la medida.
Portugal fue el único país europeo que rechazó unirse al bloqueo, lo que llevó a Napoleón a ocupar España (1808) y Portugal.Se desencadenó una guerra por la independencia en la Península Ibérica, en la que intervino Inglaterra y que duraría seis años.
La Quinta Coalición entre Austria e Inglaterra nació en 1809. Austria fue vencida en Wagran y Napoleón se casó con Maria Luisa de Austria para consolidar su Imperio y entroncar con la casa Habsburgo. Estaba en la cima de su gloria.
Pero los problemas económicos derivados del bloqueo (escasez, inflación) junto a la oposición de muchos pueblos europeos que luchaban por su libertad contra la dictadura militar francesa (españoles, italianos alemanes) dieron al traste con él, que fue hundiéndose lentamente desde 1812, tras la desastrosa campaña de Rusia, en que el impresionante ejército francés, desabastecido y castigado por el duro invierno ruso, se vio obligado a retirarse. El hambre, el cansancio y el frío diezmaron al ejército.
El desastre de Rusia animó a la formación de una Sexta (1812) y Séptima Coalición (1813) integrada por Inglaterra, Austria, Prusia, Rusia y Suecia. Todas las grandes potencias europeas acudían por primera vez unidas y consiguieron derrotar a los franceses en la Batalla de Leipzig. Francia fue invadida. Napoleón abdicó en 1814, marchando al destierro en la isla de Elba. En el Tratado de París de 1814, Francia quedó reducida a sus fronteras de 1792 y los Borbones fueron restaurados. Luis XVIII, hermano de Luis XVI, ocupó el trono.
Cuatro meses más tarde Napoleón, creyendo que los franceses no deseaban la restauración monárquica de los Borbones, escapó de su exilio y regresó al poder en el llamado Imperio de los Cien Días. El ejército, de una coalición de potencias europeas —Rusia, Austria, Prusia y Gran Bretaña— y bajo el mando del general Wellington, derrotó definitivamente a Napoleón en Waterloo (1815). Fue enviado a la isla de Santa Elena, donde murió en 1821.
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